miércoles, 25 de febrero de 2009
Llobregat
No es absolutamente necesario mirar adelante, pero mientras se destilan en el caldero de los cielos las esencias de las cuales las nubes son los vapores no aprovechables, se abre el panorama y se puede ver hasta la Montaña Sagrada. Desde ahi baja lánguido el Lóbrego, que baña comarcas agrícolas e industriales y que finalmente sirve de frontera natural al Condado. Al otro lado, en la ribera derecha se yerguen las viejas termas romanas, signos de la locura expansionista y civilizatoria de unos hombres cuyos descendientes viven en las mismas colinas, tras unas cercas que los protegen de las tribulaciones de los demás mortales. En pocos kilómetros más, el Lóbrego se abre y suelta en el Delta los lodos fértiles que recolectó en las otras comarcas. Atareados como hormigas los viejos y los inmigrantes sacan del limo feraz alcachofas, tomates, lechugas y demás productos que embellecen las márgenes con sus follajes abigarrados y que surtirá las mesas de la urbe de frescas ensaladas. A estas alturas, sus márgenes ya no son naturales sino paredes de cemento que crean parques y canalizaciones, su caudal es bastante exiguo por el aprovechamiento que se le hace desde kilómetros arriba y llega al mar exhausto, cansado de tantas sangrías.
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