lunes, 13 de abril de 2009

Irrealidad


Con tanta agua se va desdibujando el perfil de las cosas y de las personas. Nos fluidificamos y la frontera que nos separa de la irrealidad se hace tenue y permeable. Sin darnos cuenta en cuanto bebemos una copa de más o nos frotamos los ojos por alguna basurilla atravesamos la membrana y no estamos más en la vieja ciudad sino en alguna otra parte, donde la lluvia agujerea el pavimento y en el cabello la humedad nos genera hongos verdi-negros. En esas circunstancias es posible que el amanecer no llegue a la hora prevista y que al doblar la esquina no encontremos la estación del metro. Con tanta agua se hacen pliegues en la realidad, el continuo espacio-tiempo se apelmaza y ante nuestros ojos asombrados podría incluso pasar el cortejo de Cleopatra y Julio César, camino de Elefantina. Tanta agua. Me palpo el cuello que me molesta y noto que se me han abierto branquias y que en el dorso de los brazos me han salido escamas. Por las vías pasan una góndola veneciana, una lancha rápida y un cabriolet montado sobre una balsa de troncos. Sobre el cabriolet una pequeña me hace adios con la manita blanca. En casa las paredes crían helechos y en techo se juntan los caracoles a susurrarse entre sí: no me dejan dormir pues por la noche se dedican a cantar una letanía dedicada al culto de la harina de garbanzo. No parece dejar de llover y ya no siento los huesos, se han licuado, entre sus poros se ha metido el agua y los ha convertido en cieno. Por tanto voy perdiendo la consistencia poco a poco, me convierto por momentos en un ser amorfo, temeroso de la sal. Me vuelvo incapaz de conmoverme por filosofía alguna.

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