martes, 9 de marzo de 2010

El cielo y la sorpresa

"Ayer por la mañana, estaba intentando escribir algo sobre Esperanza Aguirre y su curiosa visión de la cultura, cuando mi gata Inca, que siempre tiende a pasarse las horas en el alféizar de la ventana, empezó a emitir un extraño ronroneo. Siempre hay que estar atento al ronroneo de los felinos, porque con sus grandes ojos ven aquello que nosotros no acertamos a ver. Lo que veía Inca eran unos copos blancos que iban revoloteando sobre los cipreses. Ni rastro de las tórtolas y de sus zureos. Estaba nevando. Y ya todo fue nieve. Y los teléfonos empezaron a sonar y la vida cambió de objetivo. La semana blanca del Real Madrid fue la semana blanca catalana de la nieve. Y los del quiosco se apresuraron a decir que eso de la nevada lo había montado el alcalde Hereu para garantizar la candidatura de los Juegos de Invierno. Y los más viejos del lugar empezaron a contar a sus nietos que ya en el año 1962 la gente bajaba esquiando por la calle de Balmes. Mientras tanto, las carreteras del interior de Catalunya se veían colapsadas y se llamaba a la población a quedarse en casa. Antes, incluso, que la sal sobre el asfalto aparecieron los comentaristas cargados de adjetivos como «histórica nevada». Así son las cosas en los países pequeños: cae la nieve, que decía Adamo. Y a todos nos sobreviene de entrada un especial hormigueo de felicidad en el bajo vientre. Bastan unos cuantos minutos sometidos al castigo blanco de la ventisca, para que lo que era una muestra de felicidad se convierta en una incomodidad que aparta a los transeúntes de las aceras y les deja encerrados con el único juguete de una televisión que les mete la nieve en casa.


La nieve es ese meteoro que ha nacido para pintar el paisaje, pero a nadie le gusta meterse en el interior de un tubo de pintura. Los días siguientes, las manchas blancas de la nieve convertirán la piel de un país en un enorme perro dálmata y los árboles ofrecerán sus frutos de nevadas mínimas para embromar a los paseantes crédulos. La nieve congela el momento. Los amantes se besan bajo la nieve y creen que siempre será así y que ningún verano conseguirá separarles. Todo lo que suceda bajo la nieve quedará en una película indeleble de nuestro recuerdo mediterráneo. Alguna vez la naturaleza fue superior a nosotros. Creíamos que la nieve era algo eminentemente rural y, de pronto, se nos ha metido en las calles y en las rendijas de los balcones. Es entonces cuando la nieve se convierte en una pasta pegajosa y gris y los que antes la celebraban ahora se quejan de que nadie la retire.

La nieve tapa nuestros propios pasos. Salimos de casa para ir a buscar el pan todavía caliente del horno y, al regresar, ya no hay rastro de nuestro paso por el mundo. La muerte, sin duda, es blanca.

Pero esa es la muerte pequeña, inofensiva, de los europeos. Porque las grandes catástrofes de la humanidad no son esa lenta y amable caída de copos que cierran carreteras y mantienen a los aviones en tierra. En otros países las cosas son mucho más graves. La tierra tiembla, el mar se abre y se traga los cuerpos. ¿Qué es una nevada confrontada ante este tipo de desastres?

La nieve nos humaniza, pero basta con un par de paladas para abrir de nuevo el camino. Quedan, eso sí, los pájaros. Esos animales ateridos que buscan semillas y bayas y que no las encuentran, al estar cubiertas por ese insólito manto. Nieva. Todo el mundo se queda en casa. Los niños, sin clase. Pero, por favor, pongan alpiste en las ventanas. La nieve es una catástrofe venial. No la hagamos mayor. "
 
Texto: "El cielo y la sorpresa". Joan Barril, Columna Los Dias Vencidos en El Periodico de Catalunya Edición electrónica del Martes 9/03/2010. Foto: Marek y Karolina, Terraza de Graner 34, L'H. BCN

1 comentario:

  1. menuda nevada cayó, no???? me enviaron fotos! entonces estas de vuelta??
    pues nos vemos en breve!!!
    take care!

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