Cuantas dimensiones tiene la imbecilidad.
Que facil es perderse en los barroquismos de la palabra, del argumento y de los supuestos. Puede estarse discutiendo civilizadamente durante horas y horas sin decir sustancialmente nada, regresando una y otra vez al mismo insulto que se desea soltar de frente pero que se cuela como un airecillo debajo de la puerta mal sellada. Toda reunion significa haber llegado con un plan oculto que sera defendido con un arsenal insidioso y solapado, que previamente -y es lo peor- ha sido concebido y provisto usando los recursos de la confianza de los inocentes -estultos mas bien- que sin temer pecan de pendejos. Un obrar bizantino que al final no rinde mas frutos que la propia erosion de esa confianza mal habida, de cualquier voluntad de mejora y de las propias ganas de seguir adelante. Mejor habria de llegar la hecatombe y sepultar las planicies en lodo ardiente y lluvia de fuego. Pero no, por muy sanos que son a veces los acontecimientos apocalipticos, en estos casos lo que siempre sucede es que los años se suceden -y ya van diez- o mas bien, se arrastran, untados de palabras que se ven bonitas en el papel y se convierten en perlas embarradas en la vida real, para adornar los cuellos de la mediocridad de quienes lloran por unas monedas, por una curul o simplemente, por el placer mezquino de joderle la vida a los demas. Y todavia hay quienes con resentida voz hablan de los tiempos en que los salvajes se devoraban unos a otros, en que las espadas rompian en los escudos, como si no hubieran sido zapadores, quintacolumnistas, hijos de puta con balcones al mar. Esto siempre va a ser igual. Siempre.
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