Poca cosa es la tarde: se extienden girones de nubes tontas hasta donde la montaña ciega el horizonte, mientras la luz se desprende de las cosas calientes poco a poco. Se oyen los mínimos trinos de unos cuantos gorriones despistados y la hierba de los prados recién recortados está verde como si hubiera llovido.
Es leve el paso de sandalias en el corredor abandonado desde hace un mes, quedo el rítmico roce de pantalones con piernas y despacioso el ritmo de la respiración bajo las luces apagadas.
Reflejo de un cielo cada hora más oscuro son pupilas en cristalinos de ambarinos matices que con la inútil brisa de esta tarde tan poca cosa y de nubes tan tontas se ocultan a ratos bajo aludes de hebras doradas.
Una desazón profunda acaba de sumergir el Crepúsculo tras el biombo de la noche y bajo un techo desolado, el corazón se encoge al pensar en todas las madrugadas que faltan aún para que llegue el invierno.
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