martes, 31 de marzo de 2009

The Mourn


Poco quedó salvo una pala, una frazada, un billete del metro sobre la acera. Barrió el vendaval el polvillo del cemento y dejó muchas muchas hojas de papel emborronado por manitas de niños, por tristes poetas, por aplicados escolares. Se despoblaron de hormigas las acequias y de moscas la fruta podrida. Los edificios nuevos quedaron sin ocupar ante el miedo desaforado al llanto que producen las cebollas picadas en las estrechas cocinas. De todas maneras los sollozos crearon tornados y las lágrimas corroyeron el pavimento: hubo que traer a miles y miles de inmigrantes para reparar todas las calles y palear toda la sal que sería yodada, fluorada y enviada al Himalaya para evitarle el bocio a todos los tibetanos y nepaleses. Pocos grados sobre cero y la humedad rozando el 80%, la pequeña sierra velada por una neblina que hace que las copas de los arbolillos se vean como brócolis gratinados y la calle sola, sin un auto, sin una persona, sin un perro, ni un gato, sin siquiera una ranita o una lombriz, guarda respetuosamente compostura por los que se fueron y deja que mi propio luto se acomode y trisque un poco de la hierba que crece a los lados de sus lineas paralelas.

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