miércoles, 24 de septiembre de 2008

limite


Otra vez me sorprendio el Sol. Toda la noche se escurrio en una lucha salvaje en contra de mi mismo: la pizza y la cerveza pedidas por telefono para ausentarse lo minimo indispensable del despacho solo ahondaron la herida en mi intestino y el dolor del epigastrio se olvido para regresar con las primeras luces convertido en un insoportable latido despues de dieciocho tazas de cafe. La tarea se cumplio no obstante. Despeinado y nauseabundo baje las escaleras, cuando las señoras encargadas del aseo, de uniforme azul y ribetes rojos, iban subiendo con sus carritos, sus fregonas, sus bayetas y sus liquidos desinfectantes. Apenado aborde el tranvia, oloroso a vetivers, perfumes matutinos y a jabon. Mi camisa arrugada, mi barba de 40 horas y mi cabello graso despertaron inmediatamente el recelo de los limpios pasajeros y con clara conciencia del olor a encierro, a estres y a pizza me acode en un rincon hasta llegar a mi estacion. En las calles camino de la casa transeuntes vivarachos, niños uniformados y señoras arregladas cruzaban mi camino meneando reprobatoriamente la cabeza, seguros de estarselas viendo con un yonki de lo peor. Al final alcance la seguridad de la casa y deslizandome sigiloso para no despertar a mi aun durmiente compañero de piso, cai en la cama donde los rayos del sol lamian ya el ribete de la sabana. Con un almohadon sobre los ojos ahogue su cada vez mas intenso resplandor, y tras dos o tres inspiraciones, un omeprazol y tres vasos de agua, entre al coma del sueño reparador.

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