miércoles, 8 de octubre de 2008
Sueño que sueño que sueño
Alguien me perforaba la espalda para ponerme piercings, especialmente aros. Yo lo veia todo como desde afuera, mirando mi espalda mientras me iban cerrando los aros dejandome como una cota de malla. Me desperte con esas angustias y fui a mi acupunturista a explicarselo y ella procedio a acostarme en la camilla no sin antes pedirme que me desnudara por completo. Me cubrio con una sabana azul y blanca, hacia frio. Me pidio que me pusiera boca abajo y empezo a ponerme en los puntos energeticos no las finas agujas que se acostumbran, sino clavos de una pulgada. No me molestaba tanto el hecho de que fueran clavos, como el que habian puntos donde me era excepcionalmente dolorosa la insercion: espalda y cuello. Ella se afanaba sobre todo con el cuello: fallo un par de intentos para meter los clavos y cuando al fin los puso todos, recuerdo haberme incorporado de la camilla y retorcerme con un dolor interior, un dolor del espiritu que me lanzo de cara contra una pared azul. En el vientre no tenia clavos, pero si en las plantas de los pies, las palmas de las manos, la espalda, extremidades y cuello. Especialmente presentes me eran los del cuello y la espalda pero yo arqueaba el cuerpo hacia atras, como queriendo romperme la columna, preso de un intenso espasmo, lanzando un aullido insonoro, boca abierta, visceras lanzando el grito y ni un sonido. Podria decirse que estaba poseido, erizado de clavos como un idulo vudu. Entonces, bañado en sudor, adolorido, desperte y sali a la calle de la ciudad donde vivia, cuyas calles no me eran familiares en ese momento, a buscar la ayuda de mi acupunturista. Recorri un par de callejuelas que no me recordaban nada, pero que sabia a donde me llevarian: una plaza abierta, cubierta con una plancha de cemento y ocupada por un mercadillo en el que destacaban pashiminas colgadas de color azul y naranja. Unas mujeres sentadas que yo sabia prostitutas, vestidas con faldas largas y blusas de tirantes de colores blanco, azul y quiza verde -no estoy claro- me miraban conforme pasaba al lado suyo, pero sin decirme nada, sin insinuarse: quiza mi rostro demudado, palido y cubierto de sudor frio las intimidara. Al final de la plaza estaba el consultorio pero me costo algo encontrar exactamente el sitio, pues si bien sabia que era el sitio indicado, nada me era familiar. No aparecio el consultorio, pero bajo una de las carpas que alojaba el mercadillo estaba mi acupunturista, sabia que era ella, pero no era su cara. De todas maneras le explique como me encontraba y que necesitaba ayuda, pero no se porque en todo momento pense que era ella quien podria darmela. Seguramente podria, pero en ese momento la vi tan cansada que entendi que no estaba en condiciones de atajar lo que al parecer era un caso de ataque espiritual -no supe de donde salio la expresion, fue lo primero que se me acudio a la mente para entender mi estado. Me sento en una silla y me dijo que no podia en ese momento hacer nada, que estaba muy fatigada. Yo me quede con el enorme dolor espiritual en esa silla, sollozando sin emitir ni un sonido, sin derramar una lagrima. Me desperte. Estaba aplanado completamente. Supe que me encontraba en el sitio en que me habia acostado anoche, pero fui incapaz de levantarme de la cama en la siguiente hora. Una pesantez en todos los miembros, una sensacion de abatimiento y aun persistente la sensacion de dolor no-fisico. Obligado por mis compromisos a levantarme, el estupor y la falta de claridad me sumieron en una leve jaqueca con la que vivi el resto del dia, pero poca cosa con respecto a la tremenda sensacion de haber sido asaltado.
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