Ya tengo 35 horas adentro y aún me zumban los oídos por las detonaciones de anoche. Cuatro paredes, dos pantallas- la tele y la compu-, las hornillas de la cocina y el sofá. El único contacto al exterior es la terraza y ésta da al centro de la isla. He subido tres veces -con cuidado- a colgar la ropa que fuí lavando a lo largo del día. En el ínterin cociné una olla de espagueti, sopa para dos días y herví un perol de jamaica. Desayuné tres tazones de sopa con limón, almorcé dos platos de espagueti, un litro de jugo de manzana, tres galletas y una rebanada de melón. De cenar, nada aún, quizá más tarde unos panecillos suecos con queso crema y mermelada. Seis horas de películas, tres de internet y ochenta páginas leídas.
Afuera están todos y todo lo demás. La primavera se afana tontamente en sacarle el brillo a las hojas de ls árboles y en pulir los rayos de la luz de la tarde, para que se quiebre en gotas infinitas que salpiquen las fachadas y las aceras. El calor sube de la tierra y la humedad viene del océano. Dicen que aún hay playas y montañas, aceras interminables, casas, edificios, metros y pesonas. Todos al alcance de la mano pero poco interesantes. Mis afanes están lejos y no sé como alcanzarlos. Aporreo las teclas porque no sé pasar las cuentas del rosario.
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