Andar por los caminos del aire sin notar nada mas que el ronroneo de las turbinas, ajeno por completo a los olores de la tierra, sin percatarse de los cambios en colores y texturas a cada tramo del viaje. Adormecerse mientras la señorita del peinado impecable, la sonrisa falsa y la mirada despectiva enseña como ponerse el chaleco que a ninguno nos hará falta si es que en verdad pasa algo. Todo por ahorrarse tiempo y dinero, pero nos ahorramos algo mas: conocer la Tierra como tal, al vano cambio de creernos criaturas del aire que en una gran ciudad se suben a una cabina que se balancea un rato entre nubes para salir de ella en otra gran ciudad.
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