domingo, 21 de noviembre de 2010

Acufenos

El pulso del día se apaga, la gente se marcha a casa. Olvido encender la música así que pasadas las nueve de la noche me sorprendo: algo pita. Intento localizar la fuente, reviso los aparatos por si alguno hubiera quedado conectado, los ordenadores, las salidas de gas, acerco la oreja al aire acondicionado, apago las campanas de extracción. Nada. Solo un pitido de alta frecuencia, un jalón estático, una señal que dice: aqui estoy. Me distraigo en cualquier menudencia y se me olvida. Yo también me marcho a casa, ceno, reviso correos y contactos mientras oigo música, cocino para los dias siguientes, me pongo el pijama y me meto a la cama con la luz apagada. Espera: ahi está de nuevo, al volverme con el oído izquiero hacia el techo. De intensidad variable pero de frecuencia fija, aguda. Quien es? Quién lanza esta señal de su presencia inerte, sin pulsos que sugieran un mensaje, marcador invisible, casi inaudible? Respiro lento y vuelvo lentamente la cabeza para intentar fijar el origen. Nada. Proviene de todas direcciones. Es entonces el residuo audible de la Primera Música, aquella con la que se creó el Universo? Es quizá la huella sonora de presencias inefables, como lo es el rastro infrarrojo de la huella de los seres humanos? Me vence el sueño habiendo fracasado en el intento de situar el origen y sin habérseme ocurrido utilizar el otro oído para el rastreo. Pero abro los ojos cuando la luz acaricia mi ventana, arropado el pecho bajo la frazada, con el cuerpo tumbado sobre el costado izquierdo. Ajá! Ahora viene de abajo. Debe ser entonces un vestigio que se mueve aproximadamente isócrono a la rotación terrestre, quizá un planetoide atrapado en la ionósfera o un pequeño agujero negro situado en el plano del sistema solar. Pero en cuanto me ducho y la cafetera gorgotea pierdo el rastro. El médico me confirma mis sospechas más atroces: no viene de afuera, está dentro de mí y para desprestigiarlo aún más, le pone un nombre bastante ridículo: tinnitus, que a mi me suena valga decirlo, a algo tintineante. Me dice que será mi compañero en todo momento, que no sabe de donde ha venido si bien sugiere dos o tres causas y algún remedio que se muestra inútil a la postre. Me consuelo pensando que quizá se trate de un ente fugitivo de algún cataclismo cósmico que logró escapar e instaló en mis neuronas su propia red de distribución eléctrica de alta tensión, las que ionizando las capas de aire inmediatamente adjuntas a las líneas, producen la monótona canción que me arrulla por las noches, que me acompaña por las calles vacías y me saluda al despertar.

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