martes, 5 de febrero de 2008

Navidad

Un par de personas han visto la foto de Navidad que tanta ilusión me hizo y no he recibido mayor comentario. Creo por tanto pertinente decir más, si bien es articulo de fe que si una imagen -o un relato o un chiste- no se explica por si misma, no vale para nada.

De todos modos, dada la certeza que tengo sobre mi crecida inutilidad para transmitir los mensajes fielmente -esto es, que el receptor capte el espíritu real de lo que quise transmitir- diré que esta fotografía la hice la noche de Navidad de 2007, el 25 de diciembre, en Roma, una noche terriblemente fría y húmeda -Roma está al lado del Río Tevere (o Tíber).
Esta noche la empecé recorriendo la ciudad como pacífico turista: la Nochebuena estuve en la Plaza de San Pedro viendo en pantalla gigante la Misa del Gallo oficiada por el Papa Benedicto XVI -y debo confesar que como católico deficiente que soy fue una experiencia espiritual intensa, más por la compañía y devoción de los creyentes de todo el mundo que me rodeaban que por el Papa en sí mismo. Digo pues, que ese 25 de diciembre, el Día de Navidad, onomástico de Jesucristo Nuestro Señor, amanecí bastante estropeado por el vuelo, la caminata y la desvelada de la nochebuena y emprendí la caminata de la Ciudad Eterna bastante avanzada la mañana.
Fué así que me dió el atardecer en el paseo del Bellvedere, con unas vistas de Roma divinas, cuando la bruma vespertina orlaba de oro las cúpulas y las colinas, mientras las enormes bandadas de aves que dieron fama y fortuna a innúmeros augures llenaban seguramente de mierda los monumentos. Una media hora despues estaba en otro mirador, el de la Plaza de España, donde empecé con el camino del exceso que me llevó de una carísima bebida gasificada, a una pizza romana -no las debe haber mejores en el orbe- y a perderme -extraviarme, quiero decir- finalmente en las intrincadas callejas aledañas al Tevere a altura de la Isola Tiberina...

Total: en una de esas, al filo de la medianoche, la visión del más humilde de los Hombres arropando en sus brazos a su Hija me sacudió hasta las tripas... la antítesis y a la vez la representación que en nuestros tiempos modernos tendría el Nacimiento del Señor: una niña paquistaní abrazada por su padre, vendiendo lámparas a los turistas, la noche de Navidad, en el corazón de la Cristiandad...
Pues eso.

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